Quienes conocen de historia panameña lo saben.
Hubo un tiempo en que la población esperaba con ansias la salida del periódico
para enterarse de lo último, lo más importante. Por ejemplo, cuando se lee los
inicios de La Estrella de Panamá (1849 The Panama Star – 1853 en castellano), es
claro que desde antes del surgimiento de sus ediciones, las publicaciones existentes
se imprimían de tiempo en tiempo.
Es decir, si algo hay que darle crédito a la competencia del Star con su rival The Herald, fue la decisión de salir diariamente (1852 – Panama Daily Star), para ser los primeros en divulgar los hechos importantes.
Es decir, si algo hay que darle crédito a la competencia del Star con su rival The Herald, fue la decisión de salir diariamente (1852 – Panama Daily Star), para ser los primeros en divulgar los hechos importantes.
Sin embargo, enterarse de lo que ocurría
en otros países, en medio de acontecimientos como la fiebre del oro de
California en Estados Unidos, seguiría siendo objeto de cálculos y esperas,
durante mucho tiempo. Los pueblerinos debían esperar a que lleguase a puerto
panameño algún vapor de pasajeros proveniente de aquellos lugares, en el cual
alguien traería al menos un periódico de esos sitios lejanos.
La historia de la prensa escrita cuenta que los impresos con sus noticias reinaron durante largas épocas, y fue durante
el centenio siguiente (1900), cuando le aparecieron dos duros competidores: la
radio y la televisión, ambos medios de comunicación social con naturalezas muy
distintas al papel, sonido instantáneo e imágenes en movimiento real. Incluso,
los eruditos vaticinaron la extinción de los diarios.
Pero la prensa escrita supo reinventarse, fortaleciendo sus contenidos más allá de la simple noticia y sacando provecho a sus ventajas; entre ellas, el despliegue de espacios tangibles –no fugaz como sus rivales auidovisuales–, la creatividad a través de nuevos géneros periodísticos, y, sobre todo, la profundización de los hechos importantes para registrar la historia.
Pero la prensa escrita supo reinventarse, fortaleciendo sus contenidos más allá de la simple noticia y sacando provecho a sus ventajas; entre ellas, el despliegue de espacios tangibles –no fugaz como sus rivales auidovisuales–, la creatividad a través de nuevos géneros periodísticos, y, sobre todo, la profundización de los hechos importantes para registrar la historia.
Sin embargo, tras la muerte de Fidel Castro, y la ausencia de este hecho histórico en las portadas del día posterior (Sábado 26 de noviembre de 2016), parece que es momento de dejar la piel vieja y la tinta, para seguir en la digital inalámbrica nueva.
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