Un reportaje aburrido
es como un bloque pesado arriba de nuestra cabeza, o un plato de
comida sin sabor, si se te obliga a leerlo.
Para darse cuenta de eso
no hay que ser experto en periodismo y lo mismo aplica para la
crónica, entrevista, artículo y columna de opinión.
El más común y peor
de los casos es, cuando el texto, –no importa el género–, está
macarrónico. Tan enredado que probablemente ni el propio periodista
que lo escribió lo entiende.
Ahora bien, pensemos:
¿Tendrá el lector obligación de leer eso? Seguramente no.
Bien
advierte el maestro Gabriel García Márquez que si no enganchas,
atrapas y tomas de la mano al que lee, desde las primeras líneas,
éste se soltará y abandonará tu texto.
Incluso, un buen título
siempre debe provocar que se lea el primer párrafo, y el primer
párrafo que se lea el segundo, y así sucesivamente. Y aun cuando el
lector no tenga tiempo y suelte la lectura por un momento, volverá a
ella si está atrapado, enamorado -algo que no es fácil-.
Pero saber si estamos
escribiendo algo que sirva, que sea nuevo y capture la atención sí
es fácil. A diario pueden verse reportajes sobre el turismo o la
situación de una provincia, museos, obras… que en nada se
diferencian de lo que podemos encontrar en las páginas web de
turismo e institucionales, esos que están llenos de datos sin
fuentes y que abundan en el internet. ¿Entonces para qué dar lo
mismo a tus lectores, televidentes, oyentes y cibernautas?
La clave está en la
variedad de fuentes. Un reportaje sin fuentes, sin debate, sin la
versión de las partes involucradas al tema, es como una mesa sin
patas o un carro sin motor, ambas cosas no tienen sentido. Solo al
ponerle patas a la mesa o al carro su motor tienen esencia. De igual
modo el reportaje cobra vida si se contrasta lo que señalan los
entrevistados, los estudios, datos e informes.
Importancia de las
fuentes
El contraste rompe el
hielo del texto frío, el cual, huérfano de fuentes, sabe a opinión
personal y no pasa de ser gacetilla de relaciones públicas aún si
tuviese la versión de una parte.
Es lo mismo que pasaría
si escribiéramos noticias sin ninguna fuente, no serían más que
comentarios del o los periodistas que firman. La noticia con una sola
versión en tanto, tampoco tiene equilibrio. Requiere de voces que
sustenten los pro y los contra para ser imparcial, más porque, a
diferencia del reportaje, no es saludable que el periodista exponga
juicios propios, y si hiciere interpretaciones, tendrá que basarlas
en los planteamientos de sus entrevistados, informes y documentos...
La esencia de la
noticia y del reportaje es que tengan las dos o más caras de lo que
se informa.
Y lo que hace grande un
reportaje, después de ponerle patas o conectarle el motor, es que
igual a la mesa y el auto, siempre se puede adornar para que sea más
atractivo. Así como Casanova al vestirse para salir y enamorar.
Las situaciones
importantes, curiosas y particulares del tema, o simplemente
anécdotas y comparaciones, son como accesorios – y a la vez parte
del cuerpo – que ofrecen una gama de posibilidades para enriquecer
el texto de principio a fin. Es lo que acabará de matar cualquier
línea aburrida en el texto, dándole vida al reportaje o escrito en
la mente de los lectores.
Recursos de lujo
Tanto para el reportaje
como la crónica aplica el uso de recursos literarios, descriptivos,
narrativos y creativos que dependen de las habilidades del periodista
al escribir. Quizás la diferencia más notable entre ambos géneros
es que en el caso de la crónica, lo que se escribe debe perdurar en
el tiempo, igual que la novela literaria. El reportaje tiene su por
qué en lo actual. La crónica además puede centrarse en un solo
personaje, lo que ocurre en un parque, lo que pasó en el estadio
durante el partido de fútbol, sin tener como fuentes principales a
los jugadores o técnicos como se haría en el reportaje.
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