martes, 4 de octubre de 2016

Realidad Virtual-Aumentada o, ¿evolución?



Imagina poder estar al lado de un familiar o persona muy querida que ha muerto y verla otra vez riendo, hablando, compartiendo contigo y creer que te toca. Imagina poder estar en el Ártico, o caminar en ese país donde sueñas ir y por falta de dinero quizá nunca llegues a hacerlo. Imagina, ya no ver las noticias frente a la pantalla, sino estar dentro de esos hechos impactantes como si ocurrieran justo alrededor de ti.
La realidad virtual, y aún más reciente la realidad aumentada, están dando a las personas estas experiencias increíbles. En Panamá, el fin de semana pasado observé cómo niños y jóvenes están siendo cautivados con esta nueva forma de experimentar el mundo, a través de videos 360º, es decir, en los que el usuario se sumerge a una visión más que tridimensiona y donde sea que mire, verá lo que le rodea a sus lados, arriba, abajo, enfrente. Puede arrollarte un tren...
Pregunté a varios chicos y unos más conscientes que otros se mostraron fascinados con las nuevas experiencias. Incluso, mareados y confundidos si escogían el video de la montaña rusa. 
Igualmente, unos más que otros, conscientes también de posibles riesgos como la adicción, o vivir directa la violencia que hay en muchos videojuegos y luego no distinguir con la realidad-real. De hecho, yo mismo recordé otros tipos de experiencias no controladas socialmente, como la pornografía que inunda los clasificados de algunos periódicos, y claro está, abunda en las redes sociales de mayor preferencia.


Solo hay que elegir el tema y la experiencia
que deseas. Fotos Laggon19

NUEVOS DESAFÍOS
Sin embargo, del lado positivo, porque como afirma Ignacio Ramonet, “el lado oscuro del Internet somos nosotros”, debemos confiar que la inteligencia humana siempre deberá discernir entre el bien y el mal, de este mundo, o mejor dicho, de sus actuaciones.
Así que en el campo del periodismo moderno, sin duda, estas innovaciones y nuevas tecnologías presentan ya grandes desafíos, si se miran desde el ángulo de que ofrecen otras formas para contar los hechos, las historias periodísticas, la realidad.
De seguro si eres periodista estarás pensando que aún no hemos podido dominar todos los recursos del Internet y aparatos móviles y dejar a un lado la preferencia por el texto —redactado al estilo de prensa de papel aún— para usar otras formas narrativas, y ya surge otro desafío, podría decirse, para capturar en carne y hueso a los usuarios, grandes y chicos.

EN EL FESTIVAL GABO
Y por el desafío que supone para las sociedades, y para el periodismo actual, el tema de la realidad virtual y aumentada fue parte de los foros del reciente Festival Gabo, en el cual, abro paréntesis, acapararon los premios los medios independientes o alternativos digitales, no los grandes convencionales.
Le tocó por ejemplo a Dan Archer, de @Empatheticmedia, hablar sobre sus experiencias cercanas, vistas desde el modelo de contar historias mediante ilustraciones y cómics, en vez de usar cámaras fotográficas y de videos tradicionales. Por verse la persona dentro de la acción, lo llama “periodismo de inmersión”, tal como ocurre con el modelo de los videojuegos. Lo que se busca es cautivar a las audiencias, en especial los niños y jóvenes, ese mercado generacional.
Debo decir que hace unos años también experimenté con el cómics, tras ver que mi hijo de para entonces 12 años, seguía varias series o historietas en Internet —no necesariamente animadas—. Por el don de poder hacer mis propios dibujos usé dicho formato para contar parte del especial independiente: “Balboa, ¿Héroe o villano?”, con motivo de los 500 años del descubrimiento del mar del sur (Océano Pacífico). Y, además de textos literarios, sumado a la historieta, logré experimentar y hacer hasta un mini cómics animado aficionado (video) para acabar la historia. Fue una faena extensa por hacerlo solo, aunque ciertamente divertida, visualizando atrapar especialmente a los más chicos.

EVOLUCIÓN
Pero ahora las recientes innovaciones nos ofrecen hacerlo más allá de lo estático y el 3D, en realidad virtual, aumentada. No es lo que viene, es lo que está.
Hace unas semanas el canal Syfy de TVcable estrenó la serie “Halcyon”, cuyo protagonismo lo tiene la realidad virtual y donde todo lo que imagines es posible —algo que me recuerda Matrix, con sus respectivas diferencias de mundos paralelos—.
Y desde hace meses, en distintos países, como México, se han realizado festivales de realidad virtual por las innovaciones desarrolladas y su constante perfeccionamiento.
El sábado pasado, los chicos panameños, ofreciendo esta novedad para reunir fondos para una obra social, me recomendaron sumergirme en el video “Evolución”. Un tren me arrolló. Fue mi primera experiencia, mi renacimiento, mi evolución; pero no puedo negar que ya la había imaginado para poder escribirla...

No hay aún conclusiones, solo una pregunta universal: ¿De dónde venimos y hasta dónde llegaremos?


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Tema anterior: "Tolerancia" para los panameños: !Cónchale vale!


lunes, 19 de septiembre de 2016

"Tolerancia" para los panameños: ¡Cónchale vale!


Miles de rostros en uno,
así son nuestras raíces
y solidaridad oceánica.
Foto: Laggon19,
Facultad de Arquitectura UP.
Dicen que es percepción generalizada, xenofobia, no sé, intolerancia de los panameños... Hace poco conversé con una muchacha venezolana y por momentos creí que era yo el extranjero, aquí en Panamá.
La conversación fue casual, sin preguntarnos nombres, y no puedo negar que entretenida. 
Esperábamos el transporte pirata después de la tempestad que inundó calles y sectores de la capital. 
Por tener mi auto en el taller y evitar las mañas de los taxistas, y de paso el metro dañado, había decidido salir de mi apartamento alquilado en la Ave. México y caminar hacia Calidonia, cerca del Mercadito, adonde parquean los busitos piratas que van a las periferias, para llegar a casa de mi madre.

La tarde caída, atormentada, había adelantado la oscuridad nocturna. Los faroles públicos encendieron temerosos sus luces tristes tras amainar el fuerte aguacero. Las ventolinas se escurrían frías e intermitentes entra los edificios y calles mugrosas. 
Gente desperdigada, jauría de carros, relámpagos, truenos; las nubes negras e hinchadas empujaban la convulsión humana.

Me agregué a la fila larga de rostros desconocidos. Le pregunté si ella era la última. Dijo "sí". 
Minutos más tarde, cuando uno se acostumbra al ruido de motores, voces sueltas, frenazos, y respira humo carburado sin que llegue el transporte, le acerqué otra pregunta tímido: 
—¿Por qué la demora?
Así surgieron nuevos temas que desenfrenaron su hablar caraqueño. 
Cuando ella tomó confianza comenzó a charlar con ánimo suelto, como si exteriorizara cada pensamiento, soltó su cabello sedoso, largo, negro genuino, al cual separó una liana y empezó a peinarlo con la punta de los dedos, deslizándolos suave desde la frente hacia abajo. Su rostro al natural parecía esconderse como sus ojos.  Y, ¡cónchale vale!, la muchacha me dijo tantas cosas que me hicieron pensar hondo. Solo escuché atento, si acaso movía breve la cabeza.

Ella me habló sobre su trabajo en una oficina cuyo edificio describió alto, que ganaba bien, que vive con su hermana casada (que tiene esposo e hijos) tras solo dos meses de haber llegado a esta urbe de rascacielos, en su mayoría vacíos. 
Una ciudad a su vez llena de guetos históricos repletos de sobrevivientes a la vida dura; capital rodeada de barrios, barriadas dormitorios y caseríos precaristas donde de los grifos del agua potable cuelgan telarañas las arañas, pensé yo.

"En aquella oficina trabajan otros chamos —explicó sin verme y acariciandose el listón de cabello—, también hay varios colombianos y sureños, nadie más, porque me he dado cuenta que los panameños no saben, no se preparan... He sabido casos que ni para servir tragos sirven”.

Hizo cierta pausa de espera, y siguió diciendo: “Mira que aquí hay venezolanos dueños de escuelas que han subido costos para no tener panameños... -algún pensamiento la desvió- Tú sabes, un dólar aquí son muchos bolívares allá, por eso venimos más acá—admitió—, y con ese gobierno de mierda que tenemos... Claro, acá nos tienen rabia a los venezolanos. Se entiende lo de los empleos y todo porque uno no quiere que vengan a su país a dejarlo sin trabajo, pero los panameños nos tienen rabia...”

¡Rabia! Cinco letras se hicieron común denominador en su alegato.

"Hay que tener más paciencia aquí, para todos los venezolanos...", agregó.

Tanto hablaba la muchacha que no pude evitar pensar como la mayoría de panameños de a pie, o si acaso, quienes ruedan con tanques a media aguja. Esos que suben a un taxi donde ahora la voz que saluda es casi siempre extranjera. Esos que van a fondas o restaurantes o paran en la calle a comer algo y les atiende algún acento foráneo. Los que caminan y alguien le ofrece empanadas con salsa verde a dólar, arepas, papas rellenas, mangú, bueno, eso no, aunque abundan los dominicanos “¡cómo tú tá!”
Como sea, esos que quizá van al súper y ahora les empaca alguna “cheverísima”. Y si no, pues frecuentan el minisúper del  chinito —sin confundir con los que vinieron el siglo pasado—, quien atiende sin entender español, pero al tiempo, cuando ya lo habla, es reemplazado por uno nuevo que solo es risita muda. Esos panameños quienes saben sin embargo que los chinitos suelen caer bien, a pesar que no dan ni el centavo, nunca te quitan los trabajos, aunque desconfían de todos en sus: “minisupe, lavandelía, lestaulante, feletelía, lepalación celulá, intelnet, centlos electlónicos…” Y... claro, también multiplican todo, no solo dinero. Por eso hay  tres, cuatro, cinco cabecitas-espinosas jugando descalzos entre los aparadores, y otro cargado por la mamá en la caja, o alguno sentadito en las pielnas de alguna chinita-baliga-sietemesina, "futulos chinitos palameños".
— ¿Tienes bebés ya? —le pregunté a la venezolana.
— ¿Quién, yo? —preguntó asombrada—. ¡No vale!, mi hermana sí tiene dos…
Por fin la fila se movió. Un busito se llenó tan pronto se orilló, se fue raudo. Volvimos a la espera.
— Aquí las mujeres capitalinas, no todas, solo tienen uno o dos hijos. A las solteras, muchas, ni le preguntes cuándo ni cuántos, no quieren ni hablar de embarazo —comenté.
— Allá en Venezuela…
Ella siguió hablando. Yo seguí pensando… En los nacionales cuyos vecinos nuevos nunca ponen música típica panameña en sus casas o apartamentos, sino vallenata colombiana. —Y los ¡ave marías! que motivan las vecinas proporcionalmente ejercitadas al saludar: “¡quihubo vecino, buenos días!”—. En los que pagan crédito a las mueblerías donde el españolito siempre ofrece dizque gangas. En los que beben en el bar del otro españolito que nadie sabe cómo consigue esas chicas de hablar paisa encantado y las nuevas competencias con aires de ¡no juegues, vale! En los panas que piden salves al indio prestamista, ese que también vende sábanas y perfumes a domicilio. Los meños que buscan vacantes en las construcciones y cuando consiguen hacen amigos nicas, parceros, venecos… Donde incluso los jefes son extranjeros…
De pronto, la fila se hizo menos para nosotros. Un busito arribó en poco tiempo, subimos, nos sentamos juntos, ella a la ventanilla, yo a su lado.
— Como te dije —continuó ella—, se entiende lo de los trabajos y todo, pero aquí nos tienen rabia a los venezolanos por lo que sea...
El viaje fue frío por el aire acondicionado, la lluvia persistente afuera, con tranques, calles anegadas. Vimos un auto volteado en la vía contraria, luces coloridas, sirenas alteradas... 
Ella me habló de lo duro que está vivir allá, en Venezuela; la escasez de alimentos, medicinas, servicios básicos, la delincuencia, la impotencia, la angustia constante. La tristeza de tener familia y no verla por andar lejos.
Se nos fueron los minutos en el camino, hombro a hombro.
— Ya me falta poco para llegar —dije-, y saqué cinco dólares para pagar tres, por ella y por mí sin decirle aún que pagaría lo suyo. Ella sacó su celular para ver algo, creo, lo guardó al minuto.
Entonces hubo ese silencio helado de las despedidas, como dejando los segundos suspendidos para que alguien decidiera cambiar la ruta de los destinos.
Solo cuando faltaba poco para bajarme me preguntó:
— ¿Qué te pasa, estás callado?
— ¡Nada! —respondí enseguida—: Pensando cosas yo, en todo lo que dices.

— ¡Sí! —me cortó con su mirada, ya no la tenía metida detrás de la cortina azabache, cuya liana todavía peinaba con suavidad ostensible hasta el hombro. 
Y con aquella última mirada, desconocida, la cual después le vería de lejos al bajarme, me hizo esta pregunta: ¿Y tú, de cuál parte de Colombia eres?
Mi sonrisa se escurrió sutíl mientras pagaba apurado el pasaje de los dos y me daban el cambio.  "Muchas gracias", me dijo, en modo cariñosa. "Yo soy panameño", alcancé decirle a los ojos, al poner un pie afuera, para caminar.

La capital panameña es una amalgama de contrastes
entre el pasado y lo moderno. Foto: Laggon19


lunes, 8 de agosto de 2016

Pequeño gigante: El beeper, evolución y extinción

Un aparato pequeño que hizo sentir grande a mucha gente. El beeper para el periodismo fue un gran aliado y en Panamá tuvo sus años sublimes, dejando huellas imborrables por ser el pionero de la era inalámbrica masiva.
Hace rato no veo a nadie con dicho dispositivo horquillado en la cintura, por lo que vale la pena honrarlo con una breve publicación, la cual seguramente servirá a quienes siguen de cerca la evolución de las nuevas tecnologías de la información y comunicación.

Fue durante los primeros años de la década de los noventa cuando directores y jefes de las redacciones de periódicos, radioemisoras y televisoras locales aprovecharon la idea de asignar beeper a sus reporteros y periodistas.

Dicho dispositivo pequeño se había hecho útil, especialmente para profesionales como los médicos (y algunos reporteros y fotógrafos) a finales de los 80 en Panamá.

Funcionaba así: la persona interesada en mandar un mensaje o localizar urgente a alguien, marcaba un número de teléfono a una operadora de la compañía de servicio (localizador de personas) y el portador lo recibía en su aparatito, donde estuviera, casi de inmediato.

Era como tener una secretaria a disposición 24/7, y, evidentemente, el servicio tenía su costo. Luego, en los 90, las compañías que brindaban el servicio y las desarrolladoras de tecnologías que fueron perfeccionando el beeper, transformaron los mensajes enviando la propia voz grabada del interesado(a). El portador escuchaba la grabación de quien lo llamaba casi en segundos, aunque rápidamente los tecnólogos y operadores del servicio se dieron cuenta que dicha innovación (sin secretaria en medio), había traído situaciones “no queridas” para los clientes.

De tal manera, después —para mayor privacidad—, durante mediados de los 90 los mensajes fueron transformados a texto con alertas de sonido y vibración (antecesor de la mensajería instantánea móvil de ahora). Claro, este fue el fenómeno cuya popularidad se hizo cada vez más comercial y los usuarios(as) no necesariamente tenían que pertenecer a profesiones 24/7. De hecho ni siquiera había que tener una para portar su fabuloso beeper en la cintura, y lucirlo con estilo, ego, moda, o como se quisiera, porque todo el mundo es importante.


Y como todo lo bueno tiene su final, y si no se evoluciona es desplazado por otra innovación, la extinción de esta tecnología de la comunicación empezó a darse paralela con la aparición fenomenal del celular. En nuestro Istmo, entre 1996 a 1999, especialmente los dos últimos años de esta década de transformaciones.

Otros títulos:


Retrospectiva de las nuevas tecnologías en medios panameños I

domingo, 15 de mayo de 2016

Primeros ciberdiarios en Panamá


¿Cuáles fueron?, ¿cómo eran?, ¿qué ofrecían?
He leído algunos trabajos de investigación, incluso internacionales, que equivocan involuntariamente (asumo), o por desconocimiento, las fechas exactas en que incursionaron los primeros medios convencionales panameños al Internet, a través de sus versiones llamadas electrónicas en ese entonces.
Igual que la mayoría de países, en Panamá también fueron los diarios impresos los primeros que se decidieron a tener una edición simultánea en la web, con sus ventajas y desventajas (muy diferente a la navegabilidad y flexibilidad para la creación de páginas digitales hoy día).
A manera de aporte para nuestro campo académico-profesional ofrecemos aquí nuestras fechas. 
Ciertamente el año crucial en el que inició el desafío también fue 1995 en nuestro país.  Tal como reseñamos en nuestra tesis de licenciatura de Periodismo: El diario Panamá América en su versión electrónica en Internet. El diario del futuro (1999), y citamos también en nuestro proyecto de intervención para la maestría de Periodismo Digital: La carencia de géneros periodísticos en la Estrellaonline frente a la noticia inmediata. Modelo para potenciar la información multimedia (2015), los dos diarios panameños pioneros fueron Panamá América y La Prensa.
Según la entrevista que hicimos a Rosa Guisado, en ese entonces jefa de redacción de Panamá América (el 19 de agosto de 1999), este diario sacó por primera vez su edición digital el 29 de agosto de 1995 con la dirección www.epasa.com/El_Panama_America. La versión electrónica estaba a cargo de Julieta Romero, jefa de Internet, a quien también entrevisté el día 13 de agosto de 1999.
Asimismo, salió salió la edición electrónica del diario La Prensa, escasos dos días después, el 31 de agosto de 1995, con la dirección www.prensa.com, según nos confirmó Juan Carlos Planells, gerente de operaciones en Corporación La Prensa, durante entrevista realizada el 2 de julio de 1999.

En aquellos días, Internet, como nuevo medio de comunicación o canal de transmisión simultánea, carecía de muchas de las ventajas y comodidades de hoy. Para las versiones digitales de los diarios impresos era un reto diseñar las estructuras y acomodar o presentar sus informaciones, el tamaño de las fotografías era pequeñísimo y de muy baja resolución por el peso que significaban.

Por el año 1999, otros diarios como El Siglo, ya habían lanzado sus versiones web. El desaparecido diario El Universal sacó la suya el 9 de junio de 2002.
En cuanto a los nativos digitales, se tiene registro de que el primero habría sido DiarioNet Panamá, cuya aparición fue el 30 de abril de 1998, bajo la gerencia general de Sandy Castillo.
El diario La Estrella de Panamá, con 167 años de fundación y trayectoria ininterrumpida —el más antiguo en Panamá y tercero en Latinoamérica—, a pesar de eso es uno de los últimos diarios vigentes que ingresó a Internet. Para finales de 2006 inició sus ediciones, no obstante, la nueva y actual administración data su aparición en 2008.



Les comparto el siguiente enlace especial Los Primeros Ciberdiarios en el que se muestran algunas capturas de cómo eran entonces las ediciones digitales, noticias y artículos sobre los debates de la conectividad y acceso a Internet, entre otros temas, extraídos del Anexo de nuestra tesis de licenciatura.



Los Primeros Ciberdiarios 

Otros títulos relacionados:

Retrospectiva de las nuevas tecnologías en medios panameños I


Pequeño gigante: El beeper, evolución y extinción